Por qué la sociedad eligió un enfoque autoritario

Por qué la sociedad eligió un enfoque autoritario

La creencia en el pueblo y su empatía con líderes autoritarios

Existe una persistencia en confiar en la nobleza de las personas, en la sabiduría popular, según suele expresar el presidente. Las personas tienen sus características propias y si contaran con las cualidades que les asigna el populismo romántico o los intereses políticos, la historia sería distinta. Resulta difícil aceptar, y son muchos los que se resisten a hacerlo, que la gente respalda y se identifica con líderes como López Obrador tal y como son: falsos, cínicos, exagerados, intolerantes, propensos al insulto y a la difamación, además de mostrar desdén por la ley. A pesar de que la gente reconoce que gran parte de lo que dice no es verídico, como la falacia de que el sistema de salud es ahora el mejor del mundo, razones profundas o emociones recrean ese sólido lazo entre López Obrador y parte de la sociedad.

Este fenómeno no se basa en las virtudes del pueblo o en una revolución de conciencias, sino todo lo contrario. Representa una regresión cultural, social y política. No se invocan la verdad, el respeto por el otro, la tolerancia ni la libertad. El obradorismo se convierte más en un culto que en un proyecto político y, por ende, se vuelve refractario a la crítica, a la evidencia y a la realidad. Las verdades reveladas son su moneda corriente. Este fenómeno social no es nuevo; estuvo presente en los totalitarismos previos a la Segunda Guerra Mundial y en los populismos recentes. Por ejemplo, en Estados Unidos, la mayoría de los seguidores republicanos aceptan como cierta la afirmación de que la elección pasada fue robada a Trump. Hay personajes que son aceptados no por sus virtudes, sino por sus defectos, reflejo de una sociedad en un momento particular, como el actual.

La seducción del mensaje polarizante y sus implicaciones

En México resulta complicado aceptar la autenticidad de la simpatía de muchos mexicanos hacia López Obrador. Se presume engaño o clientelismo. Aunque puede ser así, nadie debería considerarse engañado. Queda aún por explicar por qué la seducción del mensaje polarizante funciona y cuáles son sus consecuencias. Muchas de las acciones y declaraciones del presidente responden a los mitos, complejos y fijaciones de la sociedad mexicana, marcada por una débil cultura democrática y legal.

La población es consciente de que López Obrador frecuentemente evade la verdad, pero a pesar de ello, la mayoría lo respalda e incluso vota libremente por el proyecto político que promueve y lidera. Aunque se reconoce que la violencia ha aumentado, las encuestas muestran que esto es sabido, pero no se atribuye a las decisiones del presidente. Lo mismo sucede con la corrupción o la impunidad, pero la mayoría luce pasar por alto la ficción de que ya no hay corrupción a niveles altos y que son los malos jueces los que entorpecen la justicia.

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El origen del autoengaño y los desafíos futuros

¿Cuál es la raíz del autoengaño? Es una pregunta compleja, cuya respuesta se relaciona, en parte, con la percepción del pasado, donde el obradorismo ha sido eficaz al punto de desmantelar o influenciar gran parte del legado institucional democrático sin mucha resistencia, al asociarlo con la supuesta herencia neoliberal. También tiene que ver con la idea de que ahora se gobierna para los más desfavorecidos, los excluidos, los pobres. Las políticas salariales y las asignaciones monetarias no contributivas, que benefician a más del 75% de los hogares, respaldan esa percepción.

Sin embargo, el camino por delante es complicado, ya que lo que ha sido agradecido con el tiempo puede transformarse en demandas crecientes, y las finanzas públicas muestran dificultades para mantener el actual nivel de gasto, lo que ha descuidado aspectos fundamentales en materia social y el mantenimiento de infraestructura; además, se complica la posibilidad de llevar a cabo grandes proyectos sin recurrir al déficit fiscal o a incrementar los ingresos mediante medidas administrativas o reformas legales, como la reciente constitucionalidad de la prisión preventiva en casos de presunción de delitos fiscales.

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En resumen, es evidente que los términos del consenso popular sobre el gobierno cambiarán, especialmente sin la presencia de un líder capaz de conectar con la población a través de sus defectos en lugar de sus virtudes. El apoyo popular ha evitado que López Obrador recurra a la represión de manera extensiva, aunque ha sido selectivo y ejemplar. La reflexión necesaria es qué ocurriría si esta situación cambiara con un cambio de liderazgo presidencial y en un contexto sumamente complejo como secuela del populismo obradorista. A largo plazo, el consenso se convierte en una trampa.

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